En medio de las aguas turbias y a veces olvidadas del Río Bravo, un pequeño ejército de crustáceos se aferra a la vida. Se trata de langostinos de río del género Macrobrachium, especies como M. acanthurus y, en tiempos pasados, el imponente M. carcinus, capaces de recorrer kilómetros río arriba desde la costa para asentarse en este ecosistema fronterizo.
Su sola presencia, a cientos de kilómetros del mar, sorprende incluso a biólogos que llevan años estudiando la fauna del noreste mexicano.
¿Por qué hay langostinos en el Río Bravo?
Estos langostinos no son simples visitantes: cumplen un papel vital en la salud del río. Actúan como recicladores naturales, removiendo materia orgánica del fondo y ayudando a mantener el equilibrio del ecosistema.
La travesía de estos crustáceos no es fácil. Para llegar tan lejos, deben superar corrientes, depredadores y, sobre todo, los obstáculos humanos: presas, contaminación y cambios drásticos en el caudal del río.
¿Cuál es la importancia de estos crustáceos en el Río Bravo?
Cada individuo que sobrevive es un testimonio de resistencia frente a un entorno cada vez más hostil. Investigadores advierten que si no se toman medidas, la población podría desplomarse hasta quedar solo como un recuerdo en los registros científicos.
En un río que suele acaparar titulares por sequías, disputas fronterizas y contaminación, los langostinos se convierten en símbolo de una riqueza natural que pasa desapercibida. Son el recordatorio de que, bajo la superficie, el Río Bravo todavía guarda vida, historias y sabores que vale la pena defender.
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