¿Podría ser que la apreciación por la belleza refleje nuestra conexión biológica con el mundo natural? Esta es una de las preguntas que intenta responder la neuroestética, una disciplina en crecimiento que estudia la respuesta cerebral a las distintas manifestaciones de la experiencia estética.
¿Cómo surgió el estudio de la belleza?
En años recientes, la ciencia ha tratado de explicar la necesidad de la experiencia estética y su relación con la salud. Nacida en 1999 en los trabajos de Semir Zeki, la neuroestética es un campo de investigación que combina la estética y la neurociencia cognitiva.
¿Qué beneficios aporta la belleza a la salud física y mental?
En la opinión de Susan Magsamen, fundadora y directora del International Arts + Mind Lab de la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins y coautora de Your Brain on Art: How the Arts Transform Us, a la experiencia estética se asocian beneficios como la reducción de la actividad de la amígdala cerebral (relacionada con el estrés), disminución de los niveles de cortisol e inducción de un estado parasimpático de descanso.
Por ejemplo, la evidencia científica respalda el uso de la música como herramienta terapéutica en enfermedades neurodegenerativas como la demencia. De manera similar, el baile ha demostrado ser un ejercicio eficaz para estimular el cerebro y mejorar la calidad de vida de pacientes con Parkinson.
El aporte de la neuroestética a la comprensión de nuestra relación con la belleza
Quienes promueven el estudio de la neuroestética argumentan que la belleza manifiesta en el arte y la naturaleza es tan necesaria para el bienestar humano, como lo son el alimento o el refugio.
Aunque la experiencia estética ofrece un refugio en medio del ruido mental, la neuroestética va un paso más allá, investigando el carácter esencial de la necesidad de belleza y desentrañando los mecanismos cerebrales que produce la exposición a este tipo de estímulos.
Un hallazgo de esta disciplina es que, pese a la subjetividad de la belleza, existe una base neuronal común que se activa cuando experimentamos lo bello, ya sea en el arte, la naturaleza o incluso en la moral. Este descubrimiento, junto con la creciente evidencia de los beneficios de las artes para el bienestar, sugiere una conexión más profunda de lo que habríamos imaginado entre el cerebro y la apreciación estética.
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